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Enero

Sin motivo alguno aquí estoy forzando cambiar la narrativa de este texto que debería ser de tono alegre, pero que algo dentro de mi se rehúsa a que lo sea.


De fondo suena “Peces de ciudad” y pienso como por temor a sentir demasiado, me alejé de la música que hace que mi cerebro y corazón se pongan de acuerdo y me envíen señales de su tregua, erizando mi piel. Me he prohibido leer y ver películas que seduzcan la aflicción, porque llevo una batalla a muerte en contra de la sensibilidad que se quiere apoderar de mi.


Quería que estos versos fueran alegres, por eso de que uno recibe lo que manifiesta y que cuando uno escribe, las palabras que salen son muy fuertes y pueden tener algún efecto en nuestra energía y nos llega.


No tengo razón alguna para sentirme condensada y gris, aunque tal vez el imbalance químico que me he autodiagnosticado, la luna llena y los retrógrados opinen lo contrario.


He hecho lo posible por chequear en mi lista de “cosas que hacer” todo lo contrario a lo que hacen los tumbados de ánimos, para engañarme, haciéndome pasar por funcional, cuando en verdad no tengo deseos de hacer nada.


Llevo días cuestionando mi salud mental cada vez que abro los ojos, al recibirme en cada despertar, un beso forzado con lengua de pánico y saliva ansiedad.


He hablado con el creador pidiéndole piedad, he sonreído por 20 segundos cada mañana, seguido por una rutina de acción de gracias para acordarme que no hay punto alguno por el cual sentirme tan miserable. Todo esto buscando sentir algún tipo de alivio, buscando la paz que se quedó en diciembre y que debió haber llegado aquí conmigo, pero prefirió enviarme dosis por montones de intolerancia, desánimo e irritabilidad.


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